Louise Arner Boyd, de turista millonaria a exploradora polar

“Considero que el trabajo duro, la determinación por el éxito y la persistencia es lo que me ha traído a la posición en la que hoy me encuentro”

Louise Arner Boyd

Ediciones Casiopea

La adinerada norteamericana se dedicó a viajar y a explorar el Ártico desde que heredó con 32 años. Financió y lideró hasta siete expediciones por las regiones polares, abriendo huella a pioneras contemporáneas como la primera mujer en conquistar el Polo Norte y el Polo Sur: la también estadounidense Ann Bancroft.

Nunca fue fácil abrirse paso en el Ártico. Las aguas se congelan en un océano de impedimentos, bloques de hielo que paralizan la voluntad y oprimen los afanes con un fragor aplastante. Muchos anhelos quedaron atrapados y naufragaron en ese abismo blanco…

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Sin embargo, la banquisa nórdica no fue el mayor obstáculo con que se chocó la exploradora norteamericana Louise A. Boyd (1887–1972) . Lo más complicado para esta mujer fue… “Mi sexo”. Un témpano de género como se va desgranando a lo largo de La vida de Louise Arner Boyd. Aventuras árticas de una millonaria americana, su biografía traducida al español.

“La gente parecía pensar, y me lo dijeron abiertamente, que el Ártico era un lugar solo para hombres”. Los mismos que le aconsejaban: si tanto le gusta el frío, cómprese un Frigidaire y quédese en casa, señora.

Louise Boyd nació en San Rafael, California, en la típica finca de familia rica. “Desde la infancia, todo lo que viniera del Norte me fascinaba”.

Su juventud coincidió con la edad heroica de la exploración en los Polos: tenía 12 años cuando Peary y Cook se peleaban por quién había llegado antes a los 90º N; 24, cuando los noruegos plantaron su bandera en el Sur geográfico y 37, cuando decidió hacerse un crucero por Spitsbergen .

Europa ya se la conocía, los destinos clásicos los tenía muy trillados y le aburrían. Le apetecía algo distinto. Algo así como dos semanas por Escandinavia, siguiendo la costa noruega dirección a las Svalbard.

Svalbard, el archipiélago que visitó con 37 años

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“Esta era una de las partes del viaje que más deseaba, dado que, por medio de mis lecturas, me había formado una imagen muy vívida de aquel paisaje helado”.

Fiordos soberbios, glaciares imponentes, nieves perennes… Y la banquisa. La aterradora banquisa. “ El día que nuestro pequeño barco llegó al límite del hielo, el tiempo no era favorable, con viento y niebla. Para no perderme nada, permanecí en cubierta toda la noche”.

Aquella fue una experiencia idílica, como las que anuncian en los panfletos turísticos. Tanto es así que, en 1926, quiso repetir. “Me ha picado el bicho del Ártico”.

Esta vez, sin embargo, se montó su propia expedición de recreo. “Usted, señorita Boyd, es, sin duda, la primera mujer que prepara y equipa un barco para navegar las aguas polares —le informó Francis J. Gisbert, el ingeniero marino español al que contrató—. Estos son viajes en los que, antes de usted, las mujeres no embarcaban”.

Este último dato no es del todo exacto. En cualquier caso, parece ser que sí fue la primera occidental en ver el archipiélago de Francisco José, terra nullius (tierra de nadie) depuesta desde que recién se la había anexionado la Unión Soviética.

Montó sus propias expediciones de recreo

Ediciones Casiopea

El destino en sí no era de los más apetecibles, a no ser que fueras cazador de morsas y ballenas; no obstante, Louise Boyd cuidó todos los detalles para asegurarse de que la vida a bordo fuera confortable: camarotes amplios, 21 cajas de cigarrillos Gold Flake, 12 botellas de Sauternes, otras 12 de champán, cuatro de whisky, cuatro de coñac, 12 de jerez, 16 de cerveza y caviar para descorchar en ocasiones señaladas; también se llevó a su criada. Que el carguero se llamara Hobby fue una casualidad de lo más apropiada.

Entre la dotación de invitados, por cierto, figuraba un matrimonio español, los condes de Ribadavia, que se entretenían jugando al ajedrez y al bridge, aunque el pasatiempo preferido eran las partidas de caza.

Louise tenía una puntería excelente, según cuentan… “La gente siempre exagera…” Dicen que mató a 19 osos ¡en un mismo día, y ella sola! “Eso es una locura. Creo que solo fueron cinco o seis, y fue para comer”.

Después de aquello, los periódicos la apodaron 'la Diana del Ártico'. Pero cuando realmente saltó a la fama fue en 1928, cuando formó parte de la operación de rescate de Roald Amundsen. El venerado explorador polar había desaparecido de forma inexplicable con su avión mientras participaba, a su vez, en otro rescate de otro explorador.

Acabaron apodándola la Diana del Ártico

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Louise A. Boyd quiso unirse al esfuerzo internacional para localizarlo poniendo su barco a disposición de esa búsqueda desesperada, con la única condición de que ella y su amiga fueran incluidas en el pack de ayuda.

Por supuesto, hubo quien pensó que una mujer que olía a Chanel Nº5 no pintaba nada en aquella misión. “Pero yo estaba dispuesta a demostrarles lo contrario: me presenté con un simple y elegante traje de tweed a medida, botas planas de cuero y el pelo bien lavado y ondulado, rematado por un gorro de fieltro”. Porque en ese contexto no le pegaba su vestido de georgette negro con camelia al pecho.

“Me aseguré de que mis enguantadas manos fuesen vistas realizando todo tipo de tareas, desde mover cosas en el muelle dentro de contenedores y cajas, hasta empuñar martillos y destornilladores. Sin embargo, cuando no llevaba guantes, no eran callosas o ásperas, algo incomprensible para ellos”. Tendrían que haber coincidido en el Ritz o en el Albert Hall para entenderlo.

“Sus miradas se volvían aún más fulminantes cuando veían cómo, tras largas horas de trabajo, el maquillaje caía por mi rostro y cuello en riachuelos de sudor”. Esto ya no era una excursión de millonarias.

Puso su barco a disposición de la expedición para buscar a Roald Amundsen

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Durante dos meses y medio, rastrearon más de 16.000 kilómetros de océano. “Embestíamos con fuerza el hielo con la proa, retrocedíamos y, con fuerzas renovadas, lo embestíamos una y otra vez”. Aunque nadie logró encontrar a Amundsen, los noruegos reconocieron el denuedo de Boyd otorgándole la Orden de San Olaf; también recibió la Legión de Honor en Francia, y el encomio petitorio de admiradores que se prestaban a acompañarla en futuras aventuras.

Entre 1931 y 1938, la persistente estadounidense lideró cuatro expediciones por las regiones de la Tierra de Francisco José, Spitsbergen, Groenlandia, Jan Mayen y el ártico canadiense. Todas ellas con fines para la ciencia. Así, dejó de viajar con amigos y en su lugar invitó a geólogos, cartógrafos, botánicos…

La anfitriona no tenía estudios universitarios; por contra, tenía "mucha más experiencia y horas de trabajo sobre el terreno que muchos de esos, así llamados, científicos, cuyos conocimientos se limitaban únicamente a los libros”.

Tenía carácter y descargas de insolencia como esta cuando algún resabido la trataba de simple aficionada. Ella estaba acostumbrada a mandar, y los investigadores, poco habituados a recibir órdenes de una señora controladora con voz chillona que siempre quería tener la última palabra. “¡Ojalá pudiéramos dejarla con una lata de judías en su amada Groenlandia e irnos!”, conspiraban a sus espaldas. También le criticaban por ingerir alcohol fuerte en cantidades poco adecuadas —socialmente— para una dama.

Mapa con alguna de las expediciones de Louise Arner Boyd

Ediciones Casiopea

Las canas y una estatura más bien alta le sirvieron para secundar su autoridad. “Considero que el trabajo duro, la determinación por el éxito y la persistencia es lo que me ha traído a la posición en la que hoy me encuentro”.

Autodidacta, se encargó de recolectar plantas —la horticultura le apasionaba—, estudió la población de buey almizclero y tomó miles de fotos que luego se usaron para dibujar mapas topográficos y que en la actualidad documentan los efectos del cambio climático. Además, así como por azar, halló un glaciar inédito, el Gerard De Geer, en un área del nordeste groenlandés conocida hoy como **Tierra de la señorita Boyd (Weisboydlund) **. Coordenadas 73º31’ de latitud norte, 28º00’ de longitud oeste.

Cerca de allí también se encuentra el Louise Gletscher. La aludida no supo nada de esta honrosa toponimia hasta que vio en un mapa la nueva designación, lo cual dice mucho de los daneses y su discreción o del despiste de su Administración. Se enfureció cuando la Junta de geógrafos de Estados Unidos le quitó su nombre a un fondo marino y protestó hasta que el Boyd Seamount volvió a llamarse como quien lo descubrió.

Había acumulado tanta información relativa al Ártico, que los de Washington la ficharon como consultora experta durante la Segunda Guerra Mundial, pagándole un dólar al año, el salario de los voluntarios.

Protagonizó el primer vuelo privado a la latitud septentrional más extremada del planeta

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Ya solo le quedaba una ambición pendiente: en 1955, a los 68 años, sobrevoló el techo del mundo en un DC-4. “Mientras veía al océano transformarse en campos masivos de blanco sólido, mi corazón se aceleraba”.

Lo del avión no le hacía ninguna gracia, pero era el único medio que a su edad tenía para abrirse paso hacia el punto ansiado. “Sabía que nos aproximábamos a mi meta”. Louise iba en el asiento del copiloto como pasajera, sacando fotos por la ventanilla, exultante como una niña, esa a la que su madre regañaba cuando se escapaba con sus hermanos a cazar ardillas, porque después le volvía con las mejillas sucias y toda la ropa raída.

“Entonces, en un instante de felicidad que nunca olvidaré, los instrumentos de cabina me dijeron dónde estábamos. Directamente bajo nosotros, 2.700 metros más abajo, ¡estaba el Polo Norte!”

Fue el primer vuelo privado a la latitud septentrional más extremada del planeta, 16 horas continuas ida y vuelta. “Ninguna nube en el brillante cielo azul nos ocultaba la vista de este glorioso campo de hielo refulgente. En un momento de silencio y asombrosa reverencia, la tripulación y yo dimos gracias por esta vista que no tenía precio”.

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Siempre fue muy derrochadora, ella… Su cuenta de sueños excedió a la de ingresos y murió arruinada por gastos como el de autofinanciarse la totalidad de sus expediciones. De lo contrario, estas jamás se hubieran llevado a cabo, porque no tenía patrocinadores y es poco probable que, siendo mujer, los hubiera recabado.

Gracias a su fortuna, a su empecinamiento y a su pasión, la firma de Louise A. Boyd aparece garabateada en el American Geographical Society’s Explorers Globe Signatures , globo terráqueo de la Sociedad Geográfica Americana con los autógrafos de Roald Amundsen, Fridjof Nansen, Edmund Hillary, Neil Armstrong… Así hasta 71 hombres y 11 mujeres.

Ann Bancroft (1955) es una de ellas: “Queda mucho trabajo por hacer todavía en cuestiones de género”. Esta aventurera de Minnesota fue la primera mujer en alcanzar los dos Polos de la Tierra.

“Empecé a soñar con el Ártico a los 10 años, imaginando las mil aventuras que podría vivir en la parte de atrás de un trineo. Más tarde descubrí en la biblioteca de mis padres South: The Endurance Expedition y me entró la sed por saber más acerca de ambos lindes del mundo. Leía todo lo que caía en mis manos: Greeley, Cook, Peary, Amundsen … Aunque mis maestros de referencia fueron Mawson, Nansen y Shackleton, por su estilo de liderazgo”.

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No parece haber muchas heroínas en la edad de oro de la exploración polar. “Es difícil encontrarlas, pero estuvieron ahí, en el Ártico, trabajando duro, aunque apenas se les haya reconocido, porque no tuvieron un cometido protagonista", explica a Traveler.es.

"Josephine Peary (1863–1955) , por ejemplo, acompañaba a menudo a su marido de expedición, y estuvo viviendo en un poblado inuit durante meses”. Narró su experiencia en un diario que se publicará próximamente en La Línea del Horizonte Ediciones. “Poco a poco estas exploradoras irán saliendo a la luz”.

Ediciones Casiopea , por su parte, acaba de traducir al español la biografía que Joanna Kafarowski ha escrito sobre Louise Arner Boyd, prácticamente desconocida incluso entre sus conciudadanos, a no ser que estos estén especialmente interesados en las regiones polares —así en general— y las grandes gestas femeninas —en particular—.

“Yo no supe de ella hasta después de mi expedición al Polo Norte”, cuenta Bancroft. Eso fue en 1986. “Lamentablemente, esa travesía es cosa del pasado debido al deshielo”.

Eran un equipo de ocho personas y 49 perros, con cinco trineos y tres toneladas de suministros, 1.600 kilómetros sin reabastecimiento alguno partiendo de los Territorios del Noroeste canadiense. Nada que ver con un placentero vuelo chárter.

Ann Bancroft antes de partir en una expedición hacia el Ártico

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“Al llegar a los 90º N me sentí… ¡agotada! No pude asimilar la proeza en ese momento; fue luego, con los aplausos y felicitaciones, que entendí el significado y la responsabilidad de la hazaña”.

Sus otros siete compañeros eran todos hombres. “La convivencia fue buena, en el sentido de que éramos como hermanos. Aun así, yo me quedaba siempre al margen del grupo, siempre teniendo que demostrar que merecía mi puesto tanto como ellos después de meses y meses de entrenamiento. Sentía cierta presión”.

Como esa que ejerce la banquisa, formando crestas y canales de aguas abiertas para complicarte la vida. Las placas flotantes de hielo en constante deriva te impiden avanzar y, a la que te descuidas, te están empujando de nuevo hacia atrás. Vuelves a dar un paso delante de otro, y de otro, y de otro. Tramos interminables. Progreso imperceptible y costoso.

“Yo había ido a esa expedición simplemente persiguiendo un sueño de infancia, sin ningún otro objetivo; pero me convertí en foco de atención cuando empezó a salir en las noticias, y no quería decepcionar a quienes confiaban en mí y en las mujeres ”, recuerda.

Bancroft amplió el listado de conquistas femeninas en 1992-1993 , cuando lideró dos expediciones pioneras, integradas, en exclusiva, por mujeres: en una se cruzó Groenlandia de este a oeste y en la otra se plantó esquiando en los 90º Sur.

Louise Arner Boyd retratada en traje de fiesta

Ediciones Casiopea

“Las mujeres contamos con muchas ventajas en esos entornos hostiles, fisiológica y emocionalmente. Nuestros cuerpos, al ser más pequeños, suelen ser más eficientes: comemos y bebemos menos, y llevamos bien lo del frío porque, de natural, tenemos una mayor grasa corporal. Pero el activo más valioso, antes que la fortaleza física, es la actitud. Cuando formamos parte de un equipo, la humildad debe estar por encima del ego”.

La mayor traba que arrostraron fue de naturaleza financiera porque Ann no es millonaria. “Ninguna compañía quiso apoyarnos, pero, si las mujeres queremos lograr algo, muchas veces d ebemos desafiar lo que otros consideran factible o apropiado”.

Optaron por el micromecenazgo. “Si pusimos un pie en los hielos fue gracias a las donaciones de gente que cree en la entereza del ser humano”.

Ann Bancroft ha estado una docena de veces en el Ártico. “El frío y la belleza extremos de este confín me hacen sentir más viva que en ningún otro lugar de la Tierra. Es un mundo mágico”.

Ya lo dijo Louise Arner Boyd: “Solo aquellos que han estado en los fiordos de Groenlandia, que han contemplado las magníficas puestas de sol sobre el hielo, que han divagado durante días en los brumosos campos helados buscando siempre un camino hacia la costa, que han sido zarandeados por tormentas y lastimados por el continuo vaivén, pueden apreciar el hechizo que nos empuja a volver una y otra vez”.

'La vida de Louise Arner Boyd. Aventuras árticas de una millonaria americana'

Ediciones Casiopea

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