El espectáculo de la tortura

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En la Roma clásica gladiadores y animales salvajes eran puestos en combate para diversión de la plebe. El circo que describió Juvenal como la decadencia de los romanos en una de sus sátiras.

En aquellos espectáculos el regocijo y cumbre del placer de los espectadores llegaba con la sangre que corría.

Siglos después en Europa la demostración pública de violencia que divertía a las masas eran los linchamientos populares, las torturas de la Santa Inquisición como la quema de herejes o brujas y la ejecución de los delincuentes con la guillotina.

No hay diferencia. Hoy como entonces, las corridas de toros no son otra cosa que un espectáculo público de tortura a un animal indefenso ante las armas con que el ser humano se apoya para asesinarle, donde la crueldad prolongada para su muerte es celebrada por una multitud gobernada por alcohol y testosterona. Exactamente como en la Roma imperial y la era medieval.

La tradición no justifica todo. Matar violentamente a un toro entre ovaciones no puede ser una práctica infinita. La naturaleza de la civilización nos obliga a desechar costumbres contrarias al progreso de la sociedad. Superamos así los tiempos más oscuros de la humanidad. Porque la cultura es dinámica, no estática. Por eso ahora las mujeres votan y ya no cortamos cabezas con guillotina en la plaza de la ciudad.

Hay que trascender los espectáculos salvajes para que próximas generaciones cuenten con un entorno social afable.

@JuanDavilaMx

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