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La tortura no es cultura - RAQUEL AGUILAR
La tortura no es cultura - RAQUEL AGUILAR

La tortura no es cultura

La Comunitat está estos días en el foco mediático y no es precisamente por ofrecer una imagen de vanguardia.

| Raquel Aguilar Edición Valencia

La Comunitat está estos días en el foco mediático y no es precisamente por ofrecer una imagen de vanguardia. ¿El motivo? Con la configuración del nuevo gobierno de la Generalitat, la vicepresidencia y la conselleria de cultura recaen en un torero. Sí, un torero. Aunque parezca increíble, esa es la tarjeta de presentación y el gran mérito del que será vicepresidente y conseller.

Lamentablemente, bien adentrado el siglo XXI, hay quienes todavía, con la nostalgia de una España en blanco y negro, tratan de rescatar de entre los escombros una actividad tan decadente como un edificio en ruinas y tan destinada a morir, como los pobres animales que son masacrados mientras, cada vez menos seguidores, aplauden al son de pasodoble.

Resulta esperpéntico y sumamente irresponsable, que una cartera tan importante y que recoge a un sector, el cultural, que suele encabezar y ser bandera de los avances sociales, se ponga en manos de alguien cuya percepción de la cultura consiste en torturar a un ser, capaz de sentir y sufrir, y en condiciones de inferioridad, hasta provocar su agónica muerte, haciendo de esta violenta barbarie un espectáculo público.

Este es un último intento desesperado por mantener la barbarie taurina y mantener a los verdugos que hacen de la violencia extrema un modo de vida, a base de inyectar todavía más recursos públicos al subvencionado chiringuito taurino.

Por poner un ejemplo, sólo la Diputación de Valencia presidida por un socialista, destinó en su presupuesto de 2023  para la plaza de toros de Valencia casi 1.200.000 euros (en torno a un 12% más que el año anterior).

Las cifras de dinero público destinado a la tauromaquia son millonarias, pese a que la mayoría de la población rechaza el maltrato hacia estos animales. Frente a este derroche del erario público, esperamos una media de casi tres meses para recibir atención médica especialista y casi 200 puntos negros siguen pendientes de resolver en las carreteras de nuestro país.

Afortunadamente, la sociedad, que ya no es analfabeta, ha dejado atrás la época en que un torero era alguien a quien admirar y respetar. Contrariamente, este nombramiento ha generado una gran repulsa, nada sorprendente, en un país en que, ni siquiera el 2% de la población asistió durante 2022 a un acto taurino y de quienes lo hicieron, más de una cuarta parte ni pagaron la entrada, según los datos estadísticos del Ministerio de Cultura.

La mal llamada "fiesta nacional" sólo se sustenta ya por los millones de euros que recibe de nuestros impuestos. Y llegará el día en que ni las subvenciones, ni los esfuerzos de quienes quieren continuar viviendo de ellas, la mantendrán a flote.
 
Nuestras instituciones requieren una gestión eficiente y que resuelva las cuestiones relevantes para la ciudadanía. Y si hay algo que desde luego no necesitamos, es que se promueva la violencia y se proyecte una imagen denigrante de la Comunitat. Lejos de ser un elemento que aporta valor, en la sociedad actual un torero, como representante de la conselleria de cultura, resulta ya no anacrónico, sino ridículo y grotesco. Porque la tortura no es cultura.